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Un blog de relatos eróticos y cocina con solera. Los relatos narran las aventuras de cuatro mujeres divorciadas y sus conversaciones sobre sexo y hombres. Las recetas se elaboran siguiendo viejos cuadernos de cocina, escritos a principios del siglo XX


jueves, 6 de diciembre de 2012

UN LEÓN DISFRAZADO DE EJECUTIVO

...Sintió bajar el líquido templado que inundaba su sexo ardiente de deseo...                                         
    A las 12 en punto de aquel sábado que había amanecido gris y tenebroso, el ejecutivo llamó al portero automático de la casa de Olivia N. Tal como habían quedado, se disponía a recogerla para pasar el día en una casa de campo de su propiedad, situada en la sierra de Navacerrada. Olivia bajó sin maquillar. Apenas un suave carmín del color de la tierra perfilaba sus labios entreabiertos. Iba ataviada con un pantalón pitillo de montar, botas altas, jersey de cuello vuelto y un grueso abrigo de piel de conejo. El ejecutivo alabó su estilismo. Era el segundo día que se veían. Se habían conocido poco antes, en una reunión de trabajo, y el flechazo fue repentino y mutuo aunque, para ser más exactos, provenía más del lado masculino que del femenino. El hombre no paró de halagarla, piropearla y estar pendiente de ella durante la larga jornada laboral -con comida incluida- que propició el encuentro de ambos. A Olivia le gustaba, sucumbió a sus besos y se dejó querer. LA INTENSIDAD DE UN BESO INESPERADO Le emocionaba encontrar a alguien interesante en un entorno distinto al de la noche, la oscuridad de El Maligno y el olor a alcohol  No dudó, por tanto, en aceptar la amable invitación del galán para pasar un día juntos en su casa de la sierra de Madrid.     
                                       
   Antes de salir de la ciudad, sentada a su lado en el vehículo todo terreno que los transportaba a su destino, Olivia sintió el contacto de la mano derecha del hombre paseándose por su entrepierna. Pensó que iba demasiado rápido, aunque no se resistió ni le hizo comentario alguno. Cerró los ojos y sintió bajar el líquido templado que inundaba su sexo ardiente de deseo. Se pararon en un semáforo y él aprovechó para meter sus manos entre la ropa de ella y acariciar sus pezones turgentes. Con las mejillas ruborizadas por el efecto mezclado del calor y la timidez, Olivia le pidió en un susurro que la besara. El ejecutivo se pegó a ella, apretó su cuerpo contra el suyo y se fundieron en un largo beso, interrumpido por los pitidos del coche situado detrás de ellos, que los urgía a emprender la marcha porque el semáforo había cambiado de color. Durante el resto del trayecto, ni paradas ni palabras. No hablaron de trabajo ni de nada. No la acarició ni tampoco volvió a besarla, aunque no separó su mano derecha de la entrepierna femenina en todo el tiempo que duró el viaje.
    Entraron en una acogedora construcción de madera. Una chimenea encendida calentaba el amplio salón, y una piel de vaca extendida delante cubría gran parte de la extensión del suelo. Olivia hizo amago de quitarse la chaqueta pero el ejecutivo se lanzó y, con el ansia del león hambriento por devorar a su presa, la despojó de toda la ropa que llevaba encima y arrancó de un tirón el tanga blanco que tapaba la selva negra. La tiró encima de la piel de vaca y lamió sus pechos con fruición. Sin desnudarse por completo, su lengua recorrió ansiosa el vientre femenino y bajó al matorral humedecido por el fuego del deseo. Una cadena de aullidos rompió el silencio de la mañana... Las piernas se estiraron, el tronco se alzó sobre el suelo y el cuerpo entero de la hembra convulsionó entregado a un éxtasis profundo. Momento aprovechado por el macho para desvestirse por completo, echarse sobre ella e introducir el falo duro y erecto en el interior de aquel océano de aguas dispuestas a calmar la sed...
   Olivia cerró los ojos y se entregó a la fiereza de aquel depredador que la embestía con fuerza y cruzaba su interior cual rayo que irrumpe en la calma del cielo estrellado. Escuchó los bramidos del león y lo sintió vaciarse en las profundidades de su cuerpo... Un rato después, ambos en silencio y sentados frente a la chimenea, los ojos detenidos en el crepitar del fuego y el grupo de chuletas que se asaba lentamente, Olivia pensaba en el sexo exento de ternura, en el hambre saciada a la manera de los animales y en la premura del deseo que carece del tiempo necesario para permitir que florezcan las semillas del amor. El silencio seguía dominando aquella casa solitaria a donde había llegado arrastrada por el afán de un ejecutivo que se había despojado de su chaqueta para mostrarle su piel de león... 

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