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Un blog de relatos eróticos y cocina con solera. Los relatos narran las aventuras de cuatro mujeres divorciadas y sus conversaciones sobre sexo y hombres. Las recetas se elaboran siguiendo viejos cuadernos de cocina, escritos a principios del siglo XX


domingo, 23 de diciembre de 2012

LA FUERZA DEL SEXO

...Lenguas enroscadas, brazos entrelazados y cuerpos pegados que se movían al compás placentero de la música de la dicha...
   Tras despedirse de El Pijo LA ÚLTIMA RACIÓN DE SEXO EN LA PISCINA hasta un próximo encuentro que, según todos los indicios, tardará muchos meses en producirse, Katty Lloyd recibió una llamada de EL MUSCULOSO y se citaron en el mismo lugar de siempre: el coqueto apartamento de ella en el madrileño barrio de Salamanca.
     Katty respiró hondo y lentamente al mirarlo de soslayo cuando le abrió la puerta. No quería que notara la profunda admiración que sintió al verlo. Sus músculos dorados por el sol parecían aún más perfectos y el verde de sus ojos resaltaba entre las líneas cuadradas de su apuesto rostro. Apenas cruzaron palabras en una tarde noche donde la fuerza del sexo ardiente que mantuvieron prevaleció sobre cualquier otro sentimiento.
   Tumbada primero en el sofá y luego en la cama, Katty recibió los besos de su compañero en cada poro de su piel y en cada rincón de su cuerpo entregado al deseo. En lo referente al placer sexual, ninguno de sus encuentros amorosos era comparable a las citas pasionales que mantenía con El Musculoso. Un seductor de esculpida anatomía que la excitaba hasta el límite de sus fuerzas y junto al que gozaba con una intensidad redoblada en cada hora, cada minuto y cada segundo que permanecía a su lado.
   Hacía calor y el sudor brotaba de la frente de Katty en cada una de las embestidas, al tiempo que el eco de sus alaridos retumbaba en las paredes blancas de aquella habitación cerrada cuya temperatura aumentaba por momentos. Sus ojos azules se deleitaban contemplando la belleza del falo grande y perfecto que entraba y salía del interior de su cuerpo rendido al gozo y sus sentidos quedaban saciados por la fuerza del sexo incomparable y mágico.
  Katty alcanzó el éxtasis varias veces antes de que el néctar de El Musculoso se derramara en los pétalos rosados de las flores que estampaban las sábanas. Tumbado boca arriba en la cama y con los ojos entreabiertos, la atrajo hacia su pecho mientras acariciaba con suavidad la espalda femenina con las yemas de sus largos dedos. Ella contempló la sonrisa tímida y placentera que se dibujaba en los labios masculinos y, en un gesto instintivo, besó repetidamente las comisuras. Era tan feliz que sintió ganas de abrir las ventanas del dormitorio y gritar a los escasos habitantes del tórrido verano madrileño que el hombre más bello del mundo descansaba en su lecho después de hacerle el amor.
     El Musculoso se tomó un corto descanso antes de que ambos volvieran a sumergirse en un enjambre de lenguas enroscadas, brazos entrelazados y cuerpos pegados que se movían al compás placentero de la música de la dicha. Sudores, temblores y gemidos. El poder del deseo. El magnetismo de la atracción. La fuerza del sexo.
    Después de amarla por segunda vez, El Musculoso se incorporó en la cama y empezó a vestirse.
  ¿Ya te vas? Pensaba que saldríamos a tomar algo, le dijo Katty en tono dulce y susurrante.
    -Tengo cosas que hacer. Lo siento. Llámame cuando quieras.
    -No creo que lo haga, le contestó Katty.
    -No te preocupes. Seré yo quien te llame. Quiero seguir viéndote y pasar contigo tardes tan maravillosas como ésta. Siempre que te apetezca a ti.
    -Prueba, le indicó Katty con una voz que sonaba a desencanto...
    Cuando su amante se marchó, minutos después, ella se recostó en el sofá. Dominada por una sensación en la que el placer, la confusión y la rabia se percibían entremezclados, no podía entender por qué el destino le había puesto por delante un hombre perfecto en cuestiones sexuales pero del que nada más podía esperar. Juntó sus dientes con fuerza, sus ojos se cerraron y las penumbras de la noche inundaron la estancia...                       

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