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Un blog de relatos eróticos y cocina con solera. Los relatos narran las aventuras de cuatro mujeres divorciadas y sus conversaciones sobre sexo y hombres. Las recetas se elaboran siguiendo viejos cuadernos de cocina, escritos a principios del siglo XX


lunes, 17 de diciembre de 2012

KATTY, EL AMOR Y EL SEXO

     ...Se dejó amar por aquel desconocido sensible y cortés, de cuerpo estupendo y potencia inagotable...
    Katty Lloyd había dejado de sentirse a gusto en El Maligno. Aunque le divertía salir con el resto del grupo, a partir de las tres de la madrugada se encontraba en minoría. EMI, WYNIE Y OLIVIA siempre tenían la misma propuesta para acabar la noche: echarse unos bailes, unas risas y, si encartaba, buscarse un ligue en la casa de M. El plan dejó de presentarse atractivo para Katty. Ella buscaba un amor duradero, un hombre con el que compartir su vida, y estaba convencida de no poder encontrarlo en aquel lugar. “Hay demasiada oscuridad allí como para que aparezca mi príncipe azul”, comentaba riendo a sus amigas.
   Desde hacía varios meses, Katty andaba algo apartada del grupo en lo que a salidas nocturnas se refiere. Para esos menesteres optaba por la compañía de su jefa y, sin embargo amiga, Estefanía UN AVE FÉNIX LLAMADA KATTY LLOYD. Esta frecuentaba una exclusiva y carísima discoteca donde abundaban los caballeros pudientes, con la edad adecuada, modales exquisitos y carteras bien repletas. Y a Katty, el plan de acompañarla a aquel lugar le salía siempre redondo: además de divertirse y entablar relaciones con galanes de su edad y gusto, no gastaba un solo euro. Estefanía no pagaba ni entrada ni copas. Mantenía una estrecha relación con el propietario del local y, cada vez que llegaba, el hombre se deshacía en elogios hacia ella y hacia la amiga que la acompañara. Porque la jefa de Katty, mujer de mundo, fría y calculadora, jamás había pisado la sala de fiestas acompañada por un hombre. “Hay muchos dentro para traer otro más, solía comentar con ironía.
    Esa noche, víspera de festivo, la discoteca estaba a tope. Antes de llegar, Estefanía telefoneó al propietario, que tuvo la amabilidad de recibirlas en la entrada. Pasaron, pidieron sus bebidas y se situaron con las copas recién servidas en unos asientos al lado de la pista de baile. Y desde ese momento hasta que cruzaron las puertas de salida, ya de día, no les faltó la compañía masculina. Fueron muchos los hombres que las halagaron, las invitaron y las pretendieron... En honor a la verdad, el estilo y “savoir faire” de ambas destacaba sobre el resto de la clientela femenina. Razón de más para que el personal masculino se las rifara...
     Estefanía pasó casi todo el tiempo que permanecieron allí charlando con un pijo al más puro estilo tradicional: traje de chaqueta de marca, camisa con gemelos y cabellos engominados, con rizos en la zona del cogote. Un tipo sobrado que a Katty no le cayó nada bien. Ella estuvo alternando y escuchando los halagos de unos y de otros, aunque ninguno le hizo sentir mariposas en el estómago.
     Cuando cerraron la sala de fiestas se fueron a desayunar a la cafetería colindante. Iban acompañadas por tres caballeros, a los que varios minutos más tarde se unió un cuarto. Y ése sí que era su tipo: corpulento, de pelo lacio y rubio y labios carnosos. Le gustaba tanto que no se atrevía ni a mirarlo. El destino o, quizás, la percepción masculina, llevaron al galán a sentarse a su lado e iniciar una conversación... Tomó entre las suyas una de sus blancas manos y Katty, lejos de retirarla, le devolvió el gesto con caricias de sus finos dedos en los brazos musculosos del hombre. A partir de ahí tardaron poco en despedirse del resto del grupo y abandonar la cafetería. Ella no mostró reparo alguno en subir al automóvil biplaza de su acompañante. Confiaba en su intuición, y aquella mañana tampoco le falló.
      Se dejó amar por aquel desconocido sensible y cortés, de cuerpo estupendo y potencia inagotable. Gozó a su lado como no lo había hecho en mucho tiempo aunque, cuando estuvo saciada y el sueño invadió sus sentidos, lamentó para sus adentros haber sucumbido a sus deseos nada más conocerlo. Era de las que pensaban que la mayoría de los hombres no escogía a la mujer de su vida entre las que habían conquistado de manera fácil. Y en esta ocasión volvió a acertar. Él estuvo muy amable, se ofreció a prepararle un desayuno que ella rechazó y la besó en los labios con dulzura a modo de despedida. Pero no le pidió el número de teléfono. “Supongo que volveremos a coincidir”, le dijo mientras le abría la puerta de salida de la vivienda.                                                                                          

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