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Un blog de relatos eróticos y cocina con solera. Los relatos narran las aventuras de cuatro mujeres divorciadas y sus conversaciones sobre sexo y hombres. Las recetas se elaboran siguiendo viejos cuadernos de cocina, escritos a principios del siglo XX


jueves, 27 de diciembre de 2012

LAS FUENTES DEL PLACER

 ...Explorando cada fuente de placer y prolongando cada gemido femenino con la fuerza inquebrantable del deseo...
   Katty Lloyd y El Psiquiatra no tuvieron sexo esa primera noche en que ella aceptó su invitación de quedarse a dormir. EL AMOR DE SU VIDA Tal como el caballero le había prometido, le ofreció un sencillo pijama de algodón blanco, un cepillo de dientes y la condujo hacia un confortable dormitorio. “Si necesitas algo, estoy en la habitación contigua”, le dijo antes de darle un casto beso de despedida.
    Estaba rendida y durmió como un lirón. Él entró en su habitación por la mañana y se sentó al borde de la cama donde ella descansaba. La miró con ternura y la despertó de la misma forma que la había despedido: con un casto beso. “Tengo que irme. No me gusta llegar tarde a ningún sitio, y menos al trabajo”, le susurró al oído en tono tierno. Ella abrió los ojos al escuchar sus palabras.
                
    -Te he dejado el desayuno en la mesa de la cocina, prosiguió. Tienes café recién hecho y agua caliente en el termo, por si prefieres té.
    -No te preocupes. Me visto en un santiamén y bajo contigo.
   -No, por favor. Disfruta tranquila del desayuno. Lo había preparado para ambos, aunque imaginaba que seguirías dormida. Ya me he tomado mi parte, así que ahora te toca a ti. La primera comida del día es la más importante.
    -Y no tienes tiempo para esperarme, claro.
   -No, ya te lo he dicho. Cuanto termines, cierras la puerta y te marchas. O te quedas, como gustes.
   -Tu casa es muy acogedora y no me importaría, pero también tengo cosas que hacer, le contestó Katty en tono complaciente.
  -Bueno, adiós, se despidió El Psiquiatra. Tomó su mano derecha, la besó y salió apresuradamente de la alcoba.
     Katty sintió sus pasos rápidos y escuchó el ruido de la puerta de la vivienda al cerrarse. Se levantó, se lavó la cara y se dirigió a la cocina. En la mesa había un servicio de café y varios yogures; un cesto con bollos tapado con una servilleta; pan, mantequilla y mermelada. Todo estaba dispuesto con esmero, como para hacerle una fotografía. Se sintió muy feliz. Sin duda,El Psiquiatra era un hombre fino y pulcro, como a ella le gustan. (Tenía un punto de cierto frikismo o locura peculiar -típico de su profesión- aunque ella aún no lo había descubierto). Tiempo al tiempo... Devoró buena parte del copioso desayuno y se marchó enseguida.
    Volvieron a quedar en los días y semanas siguientes, y ella a dormir en su casa. De forma similar a la primera vez, nada intimo ocurrió entre los dos. A la tercera no fue la vencida, y llegó la cuarta ocasión. Habían estado en el cine y después, cenando. Nada más entrar en la vivienda y cerrar la puerta, El Psiquiatra le preguntó tímidamente si podía besarla. Ella no le contestó y buscó su boca. Pasaron un largo rato allí, en el vestíbulo de entrada, Katty apoyada contra la pared, las lenguas enredadas y las frentes sudorosas. Los labios pegados, como si el largo tiempo que habían esperado ese momento los impidiera separarse. Las manos de él desabrochando los botones de la camisa verde manzana que llevaba Katty se interpusieron entre ambos cuerpos.
    El Psiquiatra lanzó una sonora exclamación al destapar sus pechos y rozar con la punta de su lengua los pezones turgentes. Katty se estremeció. El hombre tomó la dirección de la pista central y bajó lentamente hasta el bosque, saboreando cada centímetro del sendero. Agachado y con su cabeza situada frente al tesoro, lo lamió en cada milímetro y en cada pliegue. Sabiendo lo que hacía, explorando cada fuente de placer y prolongando cada gemido femenino con la fuerza inquebrantable del deseo.
   Ella llegó al paraíso mientras él permanecía vestido y sudado, la potencia de su virilidad estallando tras la barrera de un pantalón que Katty, al volver en sí, se dispuso a retirar para liberar el arma prisionera. Espada en alto, él la condujo al sofá y la sentó encima. Y ella lo sintió en su interior con la dureza del hierro y la potencia del rayo. Sus caderas cimbreaban y su cuerpo entero se balanceaba sobre el hombre al ritmo que imprimían sus alaridos, gotas de vida convertidas en chorros y fuentes de placer en manantiales...
    La sesión de sexo continuó en la cama. Katty no daba crédito a lo que estaba viviendo. El sonido de sus piropos susurrantes la transportó al mundo de los sueños. “¿Será verdad que éste es el hombre? ¿Habré encontrado, por fin, a mi media naranja?”, se preguntaba para sus adentros. Los ojos entreabiertos, los brazos de El Psiquiatra rodeando su espalda y la cabeza recostada sobre su hombro. Se quedó dormida y soñó que se hacía vieja a su lado...

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