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Un blog de relatos eróticos y cocina con solera. Los relatos narran las aventuras de cuatro mujeres divorciadas y sus conversaciones sobre sexo y hombres. Las recetas se elaboran siguiendo viejos cuadernos de cocina, escritos a principios del siglo XX


martes, 11 de diciembre de 2012

DIVORCIO Y FLECHAZO

    LA DULCE ALICIA  no recibió el premio deseado al final del tortuoso camino de su vida junto a El Ogro. Más bien al contrario: su existencia se hacía más amarga conforme pasaban los días transcurridos a su lado. Las broncas sonoras que recibía después de cada salida nocturna con sus amigas dieron paso al silencio. Su marido dejó de dirigirle la palabra. Al principio, Alicia se congratuló de aquella decisión, pero el paso del tiempo convirtió el silencio en una pesada losa. Ella le hablaba y siempre obtenía la callada por respuesta. Se levantaba cada mañana y lo veía cual sombra silenciosa pululando por la casa.
                                   
  Pasaron los días y aquel hombre del que -muy a su pesar- seguía enamorada había enmudecido por completo. La convivencia resultaba aún más difícil y crecía la desesperación de Alicia. Una y mil veces se preguntaba qué había hecho para que la tratara con ese desdén. No obstante, pensar en dejarlo, como le sugerían su hermana y sus amigas, la llenaba de tristeza y la palabra divorcio le erizaba cada vello de su blanca piel. Hasta que un día, con solo 8 años, la pronunció su hija. “¿Mami, por qué no te divorcias de papá?”, le preguntó una tarde en la que ella tenía los ojos rojos y los párpados hinchados de tanto llorar. “Tu padre y yo tenemos problemas ahora, pero los solucionaremos. Tú no te preocupes ni te metas en las cosas de los mayores”, le contestó mientras la abrazaba y le besaba la frente con ternura.
   Su percepción de la realidad cambió a partir de aquella tarde. La pregunta infantilmartilleaba sus oídos sin cesar y Alicia empezó a ser consciente de que la situación no iba a mejorar; que el hombre con el que compartía su vida no le hablaba ni la miraba y, en consecuencia, era lógico pensar que había dejado de quererla. Por primera vez, tuvo claro que su hija estaba sufriendo a causa de sus problemas conyugales y decidió tomar cartas en el asunto. A la mañana siguiente, cuando se levantó y vio a su marido en la cocina, le dijo que tenía que hablar con él de forma urgente y que ambos estaban obligados a poner fin a una relación que, de seguir en la misma tónica, resultaba muy dañina, tanto para ellos como para la niña. Él, lejos de contestarle, volvió la espalda y salió de la cocina y de la casa.
    Pese a esta actitud, La Dulce Alicia seguía creyendo que existía una posibilidad, aunque fuera remota, de enderezar las cosas y de que las aguas revueltas volvieran a su cauce. Habló con un psicólogo y con un mediador familiar. Ambos profesionales, además de ella misma, enviaron a El Ogro cartas que nunca obtuvieron respuesta. Y después de dos largos años de calvario, Alicia razonó y accedió, aconsejada por su hermana, a reunirse con una abogada y presentar una demanda de separación. Como era de esperar, su marido no contestó a los requerimientos para llegar a un acuerdo. Ni siquiera se presentó al juicio. Alicia sonrió tímidamente al final de la vista. El juez decretó el divorcio de los cónyuges, aceptó el convenio que presentó su abogada y mandó a su ya ex marido una providencia para que abandonara el domicilio familiar.
   Sin palabras, El Ogro se marchó de su casa y de su vida. De los veinte años de convivencia quedaron una niña que era su mayor tesoro, litros de lágrimas derramadas y un corazón roto. Tal como le insistían repetidamente sus amigas, La Dulce Alicia se dispuso a recuperar su vida. Algunas noches, cuando la niña se quedaba con su padre, salía con ellas. Era una mujer soltera y guapa y los hombres se le acercaban. Sin embargo, ninguno obtuvo de Alicia nada más que el rechazo. Ni siquiera ella lograba comprender por qué actuaba así. Llevaba más de tres años sin tener relaciones sexuales y no sabía si las necesitaba o no, porque lo único que sentía hacia el sexo opuesto era rechazo. Se preguntaba si sería lesbiana y si podría hacer el amor con una mujer, y su ser al completo se lo negaba. Incluso manejó la posibilidad de pagar a una agencia que llevara un hombre guapo a su casa, y romper así el maleficio de su falta de deseo sexual. O de irse unos días a un lugar donde nadie la conociera, a ver si era capaz de salir una noche y ligar...
    La Dulce Alicia pensó en muchas cosas y no hizo ninguna... Se encontraba algo más que cansada. Podría decirse que agotada, tanto física como psíquicamente. Y entonces lo vio a él. Estaba con sus amigas en un bar del barrio de La Latina cuando entró por la puerta y clavó sus ojos negros en la mirada clara y triste de ella. Se acercó al grupo y pronunció estas palabras con acento extranjero: “estás triste, pero yo quiero comerme toda esa tristeza y devolverte la alegría”. La blanca tez de Alicia se volvió sonrosada... Le tendió una mano a modo de saludo, y el la cogió y la ocultó entre las suyas como si pretendiera salvaguardar el tesoro más preciado de su vida...    (CONTINUARÁ)                       

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