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Un blog de relatos eróticos y cocina con solera. Los relatos narran las aventuras de cuatro mujeres divorciadas y sus conversaciones sobre sexo y hombres. Las recetas se elaboran siguiendo viejos cuadernos de cocina, escritos a principios del siglo XX


lunes, 17 de diciembre de 2012

LA SEDUCTORA

"...No me olvido de tus preciosos pechos. Déjame tocarlos..."
   El siguiente caballero que ocupó el sillón que dejara El Filosofo CRÓNICAS DE EL MALIGNO junto a Wynie fue El Danés, un cliente asiduo de la casa con el que ella se dio un revolcón varios años atrás, en los tiempos de sus primeras visitas a El Maligno UN FINDE MUY ABIERTO (II)
-Estás preciosa hoy. Baila conmigo, le propuso.
-No me apetece bailar, gracias.
-Más que de bailar, yo de lo que tengo ganas es de hacerte el amor, soltó él con la misma naturalidad del que pide un café.
-Lo siento, pero será mejor que busques a otra.
-¿Por qué? Tengo un recuerdo muy bueno de ti.
-Supongo. Yo de ti también, aunque ya no me gustas. Hace mucho tiempo que no siento nada cuando te veo, aparte de simpatía.
-Bueno, eso ya es algo. Yo, sin embargo, no me olvido de tus preciosos pechos. Déjame tocarlos.
-No, negó rotunda.
-¿Por qué?, repitió él. Pensé que te gustaba.
-Lo has dicho tú mismo. Me gustaba. En pasado, no en presente, aclaró.
-Entonces, no tengo nada que hacer...
-No. Me caes muy bien, pero ya no me atraes desde el punto de vista sexual. Y mucho menos hoy, que no estoy motivada para el sexo.
-¿Me estás queriendo decir que otro día será posible?
-No de momento. El futuro está por escribirse, le contestó dirigiéndole una amplia sonrisa.
-Vamos a bailar, por favor, le pidió al tiempo que le ofrecía su mano para ayudarla a levantarse.
    Ella accedió y se contoneó en la pista durante un rato. Corto, porque sentía las miradas ávidas de los hombres en sus pechos y en sus piernas. Decidió abandonar aquel espacio y cruzó el pasillo en dirección a la barra. Pidió una copa a M., el dueño de la casa, y le preguntó si podía tomar asiento allí, a su lado.
-Por supuesto. No tienes ni que preguntarlo. ¿Qué ocurre? ¿Te estabas aburriendo en el salón?
-Aburrirse no es el verbo adecuado para definir mi estado, le contestó ella. Más bien, estaba cansada de tanto macho deseoso de mi cuerpo serrano, precisó en tono vanidoso.
      M. la miró de arriba a abajo.
-Has venido muy hermosa hoy. Como os ponéis la mayoría de las mujeres cuando llega el buen tiempo. ¿No te gustaba ninguno de esos?, inquirió dirigiéndole un gesto que señalaba a la pista de baile.
-No. Es una pena, pero no estaba Brad Pitt, le respondió Wynie riendo.
-Aquí lo tienes, pronunció una voz a sus espaldas.
     Ella se volvió y vio a un caballero que no pasaba de 1,70 metros, entrado en años, cabello canoso y ondulado y una incipiente barriguita, cuyo rostro le resultaba muy conocido. Lo miró a los ojos atentamente y puso una cara de no saber si reírse o llorar.
-No soy Brad Pitt, de acuerdo, pero soy actor.
-Ya. De algo me sonabas, aunque pensé que sería de verte en esta casa.
-No creo. No tengo el honor de que recibirlo tantas veces como quisiera. Se prodiga poco por mi casa, intervino M.
     Siguieron charlando los tres un rato. El recién llegado resultó ser un actor muy conocido, aunque Wynie no supiera ni su nombre. La piropeó reiteradamente y la invitó a bailar. “Lo que me faltaba. También éste”, pensó ella para sí misma.
-Gracias, pero ya estoy muy cansada. Me marcho, anunció.
       El actor insistió en acompañarla a casa.
-Haz lo que quieras. No obstante, debo dejarte claro que no voy a invitarte a subir. Te lo advierto para que no te pongas pesado.
-Las cosas no se dicen así, mujer. Qué maleducada eres.
-Lamento que no te gusten mis palabras, pero son las que tengo. Adiós, respondió con desdén.
      El actor salió con ella y la siguió hasta la misma puerta de su casa. Hablaron de tonterías durante el corto trayecto y, por supuesto, el hombre volvió a pedirle que lo invitara a subir.
-No insistas, por favor. No te pareces en nada a Brad Pitt, que es el único hombre con el que me metería hoy en la cama. Adiós, reiteró, en esta ocasión sin mirarlo y situada de espaldas a él, entretenida en meter en la cerradura la llave correcta. “No pienso ni darte un beso en la mejilla, para que te quede claro lo maleducada que soy y no me dirijas la palabra la próxima vez que me encuentres en El Maligno”, masculló Wynie para sus adentros.

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