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Un blog de relatos eróticos y cocina con solera. Los relatos narran las aventuras de cuatro mujeres divorciadas y sus conversaciones sobre sexo y hombres. Las recetas se elaboran siguiendo viejos cuadernos de cocina, escritos a principios del siglo XX


lunes, 31 de diciembre de 2012

SENSUALIDAD PLENA

El recuerdo de la imagen de aquel amante de potencia desmedida la turbó...
   Katty Lloyd atendió una llamada de su amiga Estefanía. Estaba en casa, envuelta en una manta y tirada en el sofá viendo la tele, sin ninguna intención de salir. Sin embargo, sucumbió a la insistente petición de su interlocutora. Estefanía, además de compañera de aventuras nocturnas, era su jefa en una de las agencias de modelos a las que prestaba sus servicios y llevaba muy mal que contrariaran sus deseos. Y Katty, que es persona de complacer a quienes la rodean en la medida de sus posibilidades, decidió escoger un modelito apropiado, colorear el blanco de su rostro y subirse sobre unos altos tacones. Su jefa-amiga le había asegurado que asistirían a una cena especial con sorpresa y que la recogería en su casa.
                    
    A la hora indicada, un flamante automóvil de color rojo la esperaba en el portal de su edificio. Katty no tardó en desvelar la sorpresa. Al volante, el galán italiano con el que meses atrás disfrutara de una noche de sexo ardiente y sin tapujos UN AVE FÉNIX LLAMADA KATTY LLOYD.Detrás, Estefanía y el mismo caballero que la acompañaba en la citada velada. Era obvio que el asiento del copiloto estaba reservado a propósito para que lo ocupara ella. El italiano le abrió la puerta del vehículo con un gesto galante y la besó en la comisura derecha de sus finos labios. Un sencillo toque de sensualidad que provocó que una suave corriente de placer atravesara su cuerpo. El recuerdo de la imagen de aquel amante de potencia desmedida, desnudo, la turbó. Las escenas de los labios del hombre recorriendo al completo su extensión anatómica bombearon su cerebro durante el corto trayecto hasta el restaurante. Un tiempo en el que ella permaneció pensativa y silenciosa, mientras un brote de calor la abrasaba por dentro y el resto del grupo hablaba de nimiedades.
    El automóvil se paró en la puerta de un coqueto restaurante francés que Katty ya conocía, situado en el extremo norte de su barrio. El italiano dejó las llaves al aparcacoches y, una vez en el interior del local, una amable señorita los acompañó hasta la mesa reservada. Nada más tomar asiento, su acompañante se fijó en los tacones de vértigo que llevaba Katty y bromeó sobre si podría resistir el baile posterior o tendría él que prestarle sus deportivas de marca, como ocurriera la noche en que se conocieron.
    En esta ocasión, sin embargo, fue distinto. Cenaron en medio de una tertulia trivial sobre trabajos y negocios y se despidieron en la puerta del restaurante. Parecía que todos tenían claro que había llegado el momento de dividirse en parejas y disfrutar de la intimidad. Estefanía tomó un taxi junto a su acompañante y Katty volvió a ocupar el asiento del copiloto del automóvil rojo del italiano para un trayecto bastante corto. Tres manzanas después del restaurante, el vehículo tomó la calle de la derecha y aparcó nada más pasar la esquina. Se apearon en la puerta de una especie de mansión señorial con aspecto de recién restaurada.
    -Espero que te guste mi hotel. Lo he descubierto en este viaje y estoy encantado, le dijo el galán mientras entregaba las llaves del coche al ujier ataviado a la usanza que salió a recibirlos y les abrió la puerta de entrada con una ligera inclinación de cabeza.
   -Seguro que sí, le contestó Katty, sonriendo con un gesto complacido. Por fuera tiene un aspecto estupendo, precisó.
    Se trataba de un íntimo y lujoso establecimiento hotelero de cinco estrellas, con pocas habitaciones aunque, a juzgar por la muestra, espectaculares. Nada más entrar en la suite, él le pidió que se dieran un baño y Katty, embobada con la visión del inmenso jacuzzi, no dudó en aceptar. El italiano abrió el grifo y ella se dispuso a escoger sales y espuma de un cesto lleno de frascos pequeños de diversas clases y aromas. Se desnudaron y se sumergieron en aguas que olían a flores. Cruzaron pocas palabras y muchos besos. Besos que no empezaron en la boca, sino en los pies. Sentados uno frente al otro, con la espuma que cubría sus cuerpos y solo dejaba al aire sus caras, el italiano tomó el pie derecho de Katty, mordisqueó su dedo pulgar y chupó con delirio cada dedo, mientras ella gemía suavemente y se rendía al disfrute de una sensualidad plena...

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