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Un blog de relatos eróticos y cocina con solera. Los relatos narran las aventuras de cuatro mujeres divorciadas y sus conversaciones sobre sexo y hombres. Las recetas se elaboran siguiendo viejos cuadernos de cocina, escritos a principios del siglo XX


sábado, 29 de diciembre de 2012

SEXO EN EL COCHE

...La intrépida lengua exploraba y se adentraba en cada rincón del bosque humedecido por la lluvia del placer...
     Mientras la puerta del ascensor permanecía abierta y el Principito tocaba con su lengua el cielo de la boca de Emi, ella empezó a vivir una película entre la realidad y la ilusión. Lo que tantas veces había soñado que ocurriría con su amor platónico se hacía realidad ahora, al lado de otro hombre muy parecido a él aunque más joven. La decisión estaba tomada. No lo rechazaría. EXCESO DE CHAMPÁN
    El hemisferio derecho de Emi, el que potencia la imaginación y la fantasía, determinó que quería seguir el juego de ese Principito de ensueño que había bajado desde su mente al mundo para tocarla aquella noche de sábado...
    Tomaron el ascensor dos plantas más abajo. Sin palabras. Emi miraba los bucles rubios del muchacho, su tez blanca y sus labios rosados, dibujados en un rostro tan familiar que le hacía olvidar que estaba invitando a su coche a un desconocido. Pulsó el mando a distancia que sacó del bolso. Se abrieron las puertas del vehículo y ella se sentó en el asiento del conductor. Él se dispuso a entrar a continuación. Emi se echó hacia la izquierda y le hizo un hueco a su lado. El Principito se acomodó y la abrazó. Las caras pegadas y ella intuyendo el próximo acontecer antes de que pasara. Pensó en su lengua lamiéndole la cara como si fuera un animal a su cría y él lo hizo. Chupaba sus mejillas de una forma primitiva, tal como hiciera otra noche ya lejana en la pista de baile de una discoteca de moda EL AMOR PLATÓNICO DE EMI ABBOTT.
    Emi cerró los ojos y se entregó al gozo de la lengua restregando su piel a modo de instinto básico; bajando por su cuello al tiempo que el Principito desabrochaba su camisa y dejaba al aire sus pequeños pechos prominentes; chupando los botones con ansia mientras el agua brotaba de la fuente del paraíso de Emi; y llegando hasta el cofre del tesoro que se abría para recibirla. “Es mi Principito y yo, la rosa de su planeta”, pensaba Emi en los momentos en que la intrépida lengua exploraba y se adentraba en cada rincón del bosque humedecido por la lluvia del placer.
    Apretujados en el asiento delantero del coche y medio desnudos, las manos de ambos se afanaban en la doble tarea de acariciar y terminar de quitar la ropa. Escucharon ruidos y Emise sobresalltó. Los pasos y las risas de algunos invitados que llegaban a recoger sus vehículos alteraron la quietud y el silencio de aquel aparcamiento hasta entonces solitario. Tuvo la suerte de haber estacionado su automóvil en un rincón difícilmente visible y aún así, no pudo impedir que la perturbara el recuerdo de la experiencia de su amiga Wynie, pillada in fraganti mientras disfrutaba de un rato de sexo en el coche de su amante, un conocido líder político con quien mantuvo una relación prohibida cuando ambos estaban casados  MIS AMIGAS
    “Yo no tengo tan mala suerte como Wynie. Nadie me verá y no ocurrirá nada”, pensaba mientras trataba de agazaparse al tiempo que el Principito abría sus piernas y situaba entre ellas su rubia cabeza. No se trataba de un amante experto, pero sí de un aprendiz voluntarioso que se dejaba guiar por las manos de su maestra y la intensidad de sus gemidos. La sedienta lengua del Principito hurgó con delicadeza entre los pétalos de su rosa, que volaron hasta alcanzar aquel planeta paradisíaco que pertenecía a los dos en exclusiva.
    Emi quiso llevar a su Principito al mismo paraíso del que ella disfrutaba y abrió sus piernas para devolverle el regalo. No tuvo que afanarse mucho. Nada mas tocar con su mano derecha el árbol del placer, sintió que su savia brotaba como un torrente y regaba parte de su cuerpo y del asiento delantero del coche.
   -No he podido aguantar. Te deseaba tanto que he disfrutado cuando tú lo hacías. Quería tocar el cielo junto a ti”, le dijo el Principito al oído en un tono que denotaba la ternura del niño y la firmeza del hombre.
    Fueron sus únicas palabras. Se vistió de inmediato. Emi lo secundó y arrancó el coche. Estaba decepcionada y tampoco habló. Ése tórrido y sorprendente encuentro que no llegó a culminar se le antojaba demasiado corto. Estuvo tentada de proponer al Principito que fueran a un hotel a pasar el resto de la noche pero no lo hizo porque escuchó a su otro hemisferio, el izquierdo. El lado racional de su ser, el que le hacía posar los pies en la tierra, la incitó a descartar aquella aventura. Se topó de bruces con una realidad que no le gustaba: su acompañante no era ningún Principito, sino un joven inexperto y ávido de sexo del que ni siquiera recordaba su nombre. Cuando el automóvil pasaba por la Plaza de Colón, el muchacho le pidió que parara y se despidió tal como se habían conocido. Sin palabras y con miradas que indicaban deseos inconfesables...

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