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Un blog de relatos eróticos y cocina con solera. Los relatos narran las aventuras de cuatro mujeres divorciadas y sus conversaciones sobre sexo y hombres. Las recetas se elaboran siguiendo viejos cuadernos de cocina, escritos a principios del siglo XX


jueves, 27 de diciembre de 2012

LA DULCE ALICIA Y EL SEXO FUERTE

Dejaba al descubierto aquel bosque amarillo y regaba la tierra con su boca antes de introducir en su interior el árbol del placer...
   Aquella pasión turca que LA DULCE ALICIA vivió una noche no se quedó ahí. El Turco siguió llamándola. Ella necesitaba trabajar mucho para salir adelante y tenía que ocuparse de su hija pequeña, así que le quedaba poco tiempo para pensar en hombres. Solo un sábado de cada dos la niña se iba con su padre DIVORCIO Y FLECHAZO Disponía, por tanto, de dos únicas noches al mes para si misma y empezó a barajar la posibilidad de convertir a El Turco en su amante y pasar junto a él ese escaso tiempo libre que hasta la fecha solía dedicar a salir con su hermana y otras amigas. LA PASIÓN TURCA DE LA DULCE ALICIA
                            
   En esta ocasión, el destino caprichoso se confabuló con sus deseos. El Turco la telefoneó para preguntarle cuándo podría verla y ella se lo dijo: “este sábado no, el próximo”. Así de fácil. El hombre entendió el mensaje y cada viernes, sobre las cinco de la tarde, la llamaba para fijar la cita del día siguiente. Además del sexo, tenían otra cosa en común: la mutua afición por la cocina. El Turco estudiaba hostelería en Madrid con el objetivo de montar, en el futuro, un restaurante de gastronomía internacional en su tierra. Y con el beneplácito de Alicia convirtió la cocina de su casa -un sábado de cada dos- en su particular laboratorio de ensayo.
   Solía llegar cargado de bolsas sobre las siete de la tarde. A ella le encantaba pasar las horas previas mimando su cuerpo y su casa para que todo estuviera perfecto a la hora acordada. Siempre se repetía la misma escena. Él llamaba y ella abría la puerta y lo recibía en el pasillo de entrada a la vivienda. Él soltaba las bolsas en el suelo, se abrazaban y se besaban hasta ahogarse. Sin palabras. Dos lenguas entrelazadas. Dos bocas fundidas en una. Alicia contra la pared y El Turco clavando sobre su pubis la potente virilidad. Metiendo las manos bajo sus faldas e intentando despojarla de las bragas. Al conseguirlo, cogía la prenda íntima, la levantaba como si se tratara de un trofeo y la dejaba caer. Alzaba el vestido, dejaba al descubierto aquel bosque amarillo y regaba la tierra con su boca antes de introducir en su interior el árbol del placer...
    El Turco disfrutaba balanceándose con vehemencia sobre Alicia, haciéndole que sintiera la potencia de su sexo duro en lo más profundo de su ser. Se excitaba in crescendo al escuchar los gritos de la mujer callada, blanca y delicada que le despertaba sus instintos más básicos. Se afanaba en penetrarla hasta el fondo, hasta sentir que poseía por completo el cuerpo frágil y que ella lo aceptaba y lo hacía suyo. Le gustaba empezar así: en la penumbra del pasillo, cogiéndola contra la pared como si fuera un animal, desnudándola solo lo justo, mientras él permanecía vestido de cintura para arriba y el resto de la ropa caída sobre los pies. Se quedaba dentro de ella hasta que la sentía alcanzar el éxtasis y en ese instante la embestía con fuerza. Contemplaba el rostro de Alicia inundado por el placer y su deseo se incrementaba hasta el límite. Entonces salía de su interior y regaba las mejillas y el canal de los pechos con la savia de la vida...
    Después se aseaban ambos, recogían las bolsas que El Turco había traído y se disponían a preparar la cena. Como ocurría en el sexo, él pretendía llevar la iniciativa también en la cocina. Decidía el menú, compraba los ingredientes necesarios y los llevaba a la casa de ella. El papel de Alicia se reducía a hacer de “pinche”. Sacaba los utensilios necesarios, picaba las verduras y partía la carne o el pescado de la manera que él le indicaba. Casi siempre, la cocina protagonizaba las escasas conversaciones entre ambos, que solían darse precisamente en esos momentos: mientras guisaban. De poco hablaban en la cama. Él se quedaba dormido después de amarla hasta cerciorarse de que tampoco ella podía más. Infalible, se despertaba por la mañana con la herramienta enhiesta y la introducía en el cuerpo liviano y adormilado...
   A La Dulce Alicia le gustaba ese hombre discreto y taciturno, educado y cortés en las formas y fogoso en el sexo. Su hermana y amigas le advertían con frecuencia que extremara las precauciones y que se mantuviera alerta, con un cierto retintín por el hecho de que su amante era turco. Wynie Smith era una de las pocas que la tranquilizaba en ese sentido. “No te preocupes. Turquía es un país laico desde los tiempos de Atatürk, hace casi un siglo. Lo único que debe importarte de ese hombre es que te haga feliz”, le repetía.
    Y Alicia, de momento, lo tenía claro: El Turco la hacía feliz cada sábado que pasaban juntos. Mientras así ocurriera, no quería plantearse nada más.

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