.

.
Un blog de relatos eróticos y cocina con solera. Los relatos narran las aventuras de cuatro mujeres divorciadas y sus conversaciones sobre sexo y hombres. Las recetas se elaboran siguiendo viejos cuadernos de cocina, escritos a principios del siglo XX


sábado, 8 de diciembre de 2012

EL AMOR, LOS RECUERDOS Y EL DOLOR

    Rememoraba sus besos profundos, sus caricias ardientes y la pasión derrochada cuando la poseía como pocos hombres lo habían hecho en su vida.
    Como suele hacer cada mañana, Katty Lloyd estaba trasteando en el Facebook cuando vio en el chat la luz verde que le indicaba que su amante belga KATTY, SU AMANTE BELGA Y EL ABISMO estaba conectado en esos momentos. No hizo caso y siguió a lo suyo. Poco después él dio señales de vida al teclear el escueto texto que sigue: ¡Hola chica guapa! Lejos de alegrarse, a ella se le torció el gesto. “Éste se va a enterar” pensó para sus adentros mientras le contestaba así: “¿Cómo se te ocurre saludarme ahora, después de venir a Madrid, no querer verme y no contestar a mis mensajes desde hace más de tres meses? Eres lo peor que me ha pasado en la vida”.
                                                        
    -Lo siento, nunca quise hacerte daño. Simplemente, tuve muchos líos de negocios y me faltó tiempo para quedar contigo.
    -¿Tampoco tuviste un minuto para mandarme un mensaje, ni en esos días ni en los tres meses que han pasado desde entonces?
   -Lo siento, no he podido, volvió a disculparse. Sabes que eres alguien importante en mi vida, que te tengo siempre en mis pensamientos, afirmó.
  -Yo no sé nada y no confío en tus palabras. Contigo solo me valen los hechos, y los acontecidos no han sido precisamente agradables.
   -Lo siento, preciosa. Solo quiero que sepas que pienso en ti. Ahora tengo que dejarte. Un beso grande.
  Katty no le contestó. “Me deja porque ha llegado su mujer y no quiere que lo pille chateando conmigo. ¡Que le den!”, exclamó a su fuero interno para convencerse aún más de que ese hombre no le interesaba. Sin embargo, sus recuerdos contradecían los dictados de su raciocinio. A cámara lenta, la imagen desnuda de la musculosa anatomía de su amante inundaba cada rincón de su mente. Rememoraba sus besos profundos, sus caricias ardientes y la pasión derrochada cuando la poseía como pocos hombres lo habían hecho en su vida. Maldecía su suerte por seguir pensando en un individuo que nunca sería suyo porque ya era de otra a la que lo ataban lazos demasiado fuertes. Más que el amor que ella hubiera estado dispuesta a darle. O, al menos, así lo consideraba él. Tal como le indicó desde el primer día que se conocieron. “Tengo esposa e hijos. No pondré en peligro a mi familia por nada ni por nadie”. Pese a tan categórica afirmación, Katty guardó la esperanza, durante el tiempo que pasaron juntos, de que la fuerza de la atracción y los milagros de la química derrumbaran los propósitos de su fogoso enamorado, cual castillo de arena que sucumbe a las caricias de las olas del mar. Como sucumbió su esperanza al paso de los días sin noticias, a las lágrimas que empapaban su almohada durante las noches y al eco de las palabras hirientes que retumbaban en su cerebro: “tengo esposa e hijos....”
    Pasaron los días, las semanas y los meses. Ella se fue habituando a la pérdida. Se refugió en las caricias de otros brazos y sus labios se abrieron para recibir otros besos... No se enamoró como lo estuvo de él, pero volvió a pensar en un hombre con el que experimentar un amor auténtico y sincero, como el que había visto en sus padres y quería para ella. Acariciaba la posibilidad de encontrarlo y lo buscaba en los bares y en la red, en el mundo real y en el virtual... Y cuando estaba segura de que al belga se lo habían llevado los vientos del olvido, sus recuerdos aparecen anunciados por una luz verde que se enciende en el margen derecho de la pantalla de su ordenador. Katty se agarra al hecho cierto de que su añorado amante aún pensaba en ella y se dispone, como el peatón que encuentra el paso libre cuando el semáforo cambia a verde, cruzar la calzada y dejarse envolver por la espesa estela del amor prohibido. Con el anhelo de sus besos derramando deseo sobre su boca sedienta, teclea para su amado el siguiente mensaje: “Si quieres, nos vemos la próxima vez que vengas a Madrid”. Pincha a enviar y un escalofrío repentino recorre cada rincón de su cuerpo. “¿Por qué lo he hecho?”, se pregunta. “Por amor”, le responde su otro yo. Siente que la realidad le abruma y que la cruz de ese amor pesa demasiado para llevarla sola. Agarra el teléfono y marca el número de su amiga Wynie Smith.
     -Necesito verte. Tengo algo gordo que contarte.
     -De acuerdo. Te espero en casa. ¿Estás bien?, le pregunta Wynie.
     -Lo intento. Nos vemos en un rato, le indica momentos antes de colgar.
     Se viste con premura y corre hacia la parada del metro que la dejará frente a la casa de su amiga. Está impaciente por contarle lo que ha hecho y escuchar sus palabras calmadas y racionales...  

No hay comentarios:

Publicar un comentario