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Un blog de relatos eróticos y cocina con solera. Los relatos narran las aventuras de cuatro mujeres divorciadas y sus conversaciones sobre sexo y hombres. Las recetas se elaboran siguiendo viejos cuadernos de cocina, escritos a principios del siglo XX


sábado, 29 de diciembre de 2012

EL DESEO DE LA REINA MORA

"Un baño de Cleopatra con leche de burra. Para ti, mi reina", le dijo clavando los ojos en el canal de sus pechos...
    No hizo falta que Olivia se levantara a saludar al joven egipcio. Seguía en la barra de charla con el relaciones públicas del local cuando un camarero le trajo una nota del hijo del embajador. “Me gustaría que te sentaras con nosotros, belleza. ¿Aceptas?”. OLIVIA Y EL JOVEN FARAÓN Ella lo miró y le sonrió. Sus ojos negros le dijeron sí y él se levantó y se encaminó a su encuentro. Al llegar a su lado la besó en la mejilla y le tendió su mano derecha. La piropeó al oído y acarició con las yemas de sus dedos la larga y brillante melena negra femenina.
    -Tienes pelo de faraona, le dijo entretanto se dirigían a la mesa ocupada por el embajador y sus hermanos.
    -Tengo el placer de presentaros a mi gran amiga Olivia, afirmó orgulloso el homenajeado, y los caballeros la miraron y saludaron con gestos de complicidad.
   Y así, entre halagos aderezados con champán francés y bombones, transcurrieron las primeras horas de una larga noche de lujos y placeres en la que cuatro hombres adultos y uno joven se desvivieron por hacer realidad los deseos de una reina mora a la que colmaron de atenciones...
                       
    Los detalles del grupo masculino con Olivia no pasaron desapercibidos para el relaciones públicas del local que, justo cuando ella salía de la mano del joven egipcio, la despidió con una sonrisa ancha y un “que te diviertas mucho, reina mora”.
   Precisamente, como una reina mora se sentía ella. Más aún, cuando su amigo la invitó a compartir el broche de oro de la festiva madrugada: una magnífica suite en el hotel Ritz. Era el regalo de un orgulloso padre al hijo que cumplía 25 años y pasaría el resto de su aniversario gozando de las mieles de una hembra hermosa y ardiente...
   Un automóvil negro del cuerpo diplomático los llevó hasta la puerta de establecimiento hotelero. Olivia entró orgullosa en la recepción de ese palacio barroco, el hotel más exquisito y con mayor solera de la capital de España. De la mano del joven y apuesto faraón se sentía más alta, como si sus tacones crecieran y su ser entero percibiera que esa noche iba a tocar el cielo con las manos. Nada más entrar en la suite, el anfitrión se dispuso a llenar la bañera de hidromasaje para dos que presidía la gran estancia de aseo.
    -Vamos a empezar nuestra fiesta privada entre burbujas, reina. Voy a pedir que nos suban champán y estoy contigo.
    Ella, sentada en el sofá, liberaba sus pies de los altos stilettos y asintió lanzándole un beso de sus labios rojos. Él terminó de hablar por teléfono y se acercó a su lado. Le quitó la falda con delicadeza mientras besaba su cuello y dejaba al descubierto una medias de seda sujetas por ligueros negros de encaje a los que el hombre dirigía ávidas miradas de deseo. Entre besos y palabras susurrantes llegó el champán y la bañera terminó de llenarse. El muchacho cogió un pequeño frasco del bolsillo de su chaqueta, lo agitó y lo vertió en un agua que al instante se tornó blanca.
    -Un baño de Cleopatra con leche de burra. Para ti, mi reina, le dijo clavando los ojos en el canal de sus pechos.
    -¿Y llevabas el bote en la chaqueta? Si no sabías que ibas a encontrarme. Lo cogiste para la que te tocara, pero no importa. Es un bonito detalle.
    -Me lo dio mi madre antes de salir. Le prometí que solo lo usaría si encontraba a una mujer de verdad. Tú lo eres, la halagó.
    Se amaron sumergidos en las aguas repletas de espuma y teñidas del blanco de la leche de burra. Ardiente y romántico a la vez, el faraón secó con esmero cada pliegue del cuerpo de su Cleopatra y la condujo en brazos a la ancha cama. La tendió completamente desnuda y le pidió que cerrara los ojos. Cogió las finas medias que ella llevaba puestas y las usó para atar cada una de sus muñecas a los barrotes de hierro negro del cabecero de la cama...

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