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Un blog de relatos eróticos y cocina con solera. Los relatos narran las aventuras de cuatro mujeres divorciadas y sus conversaciones sobre sexo y hombres. Las recetas se elaboran siguiendo viejos cuadernos de cocina, escritos a principios del siglo XX


lunes, 31 de diciembre de 2012

DELIRIOS DE MUJER

 ...La agarró por las nalgas y la sentó sobre la punta de su tremenda herramienta en erección...
    Una fina lluvia calaba las calles del centro de Madrid en una noche bulliciosa y festiva. Emi Abbott paseaba abrazada a su amante El Polaco. Las gotas de agua que caían incesantes del cielo gris traspasaban las ropas y mojaban la piel, pero Emi no tenía frío. Ni las inclemencias climáticas, ni los gritos de la muchedumbre que se agolpaba en las puertas de las discotecas de moda ni el hambre que empezaba a hacer acto de presencia perturbaban el estado de plenitud que envolvía su ser entero cuando tenía a su hombre cerca. PASIÓN ANIMAL
    Caminaron bajo la lluvia y sin rumbo cierto durante un buen rato. Emi lo miraba embelesada mientras lo escuchaba atentamente. Él le hablaba de su vida monótona en Varsovia, de las estrecheces por las que atravesaba su negocio de antigüedades y de la falta de alicientes al levantarse cada mañana. Se lamentaba por su soledad y por la ausencia de ilusiones en su deambular en este mundo. Le confesaba que la muerte lo había visitado y que se dejó arrastrar por ella, hasta cruzar a su lado la inmensa integridad del firmamento con la velocidad de un fotón. 
               
   Emi parpadeaba confusa y él se agachaba para besar con ternura la piel suave que rodeaba sus ojos claros. La estrechaba aún más contra su pecho y ella se estremecía y se refugiaba bajo su hombro. El Polaco seguía hablando y le explicaba que la muerte consintió en dejarlo volver a la Tierra con la condición de que saboreara la vida junto a ella. Y que, desde los confines del Universo, había vuelto para decírselo y con la intención de que no se separaran nunca jamás.
    Se abrazaron con fuerza y tomaron un taxi. Emi se recostó sobre su pecho y cerró los ojos. Cuando llegaron al hotel, El Polaco la cogió en brazos y cargó con ella hasta entrar en la habitación. Cerró la puerta y la depositó cuidadosamente sobre la cama mientras se desnudaba. A continuación se dispuso a hacer lo mismo con Emi. Desabrochó su camisa blanca, dejó al aire sus pequeños e indefensos pechos y achuchó los pezones entre sus labios, primero uno y luego el otro, hasta que iniciaron un placentero despertar. Emi gimió y se incorporó en la cama. El Polaco le quitó los calcetines y las botas y mordisqueó los dedos pulgares de sus pies. Emi sintió un suave calambre que atravesaba su ser al completo y estallaba en su cerebro. El hombre retiró las bragas de encaje rojo y palpó su clítoris mojado. Le susurró al oído cuánto le gustaba que lo recibiera con esa predisposición. Emi le dedicó una tímida sonrisa y le rodeó el cuello con sus brazos. El Polaco se levantó con ella colgando de su cuello, la agarró por las nalgas y la sentó sobre la punta de su tremenda herramienta en erección. La introdujo lentamente y empezó a moverse dentro de ella. Vaivenes suaves que cobraban fuerza y se hacían rápidos e intensos. Presionaba los muslos con sus grandes manos para alcanzar su interior más recóndito y la embestía una y otra vez, con una potencia implacable. Y Emi, apretando las piernas que cruzaban la espalda de su amante, se abría y dejaba que la penetrara hasta el fondo. Empujones, jadeos y el sudor surcándoles la frente y derramándose por sus rostros...
    Un gemido agudo salió de la garganta de Emi y su cuerpo se volvió rígido al llegar al clímax.El Polaco siguió empujando, ambos se desplomaron sobre la cama y él estalló de júbilo. Emisintió su peso aplastándola contra el colchón y supo que era suya. Tuvo claro que no encontraría a nadie en el mundo con la capacidad que tenía ese hombre para hacerla disfrutar y se deleitó con el gesto de placer que quedó dibujado en su rostro inmóvil...
    Emi Abbott abrió los ojos y despertó a otra realidad. Estaba sola, recostada en el asiento trasero de un taxi parado en la calle. Miró por la ventanilla y divisó el portal de su casa y a un hombre fumando que no era El Polaco, sino el taxista. Abrió la puerta y se apeó del coche. Finas gotas de lluvia mojaron su rostro somnoliento
   -Buenas noches, señora. Veo que se ha despertado. Como se habrá dado cuenta, hemos llegado. No quise molestarla y me puse a fumar para hacer tiempo, le indicó el taxista.
    Ella le pagó, le dio las gracias y se puso a rebuscar las llaves de su casa en el fondo del bolso. Abrió y se refugió en el interior del portal de su edificio, oscuro y vacío a esas horas de la noche. Se sentó en el primer peldaño de la escalera, clavó los codos en sus rodillas y escondió la cabeza entre sus brazos. Pensó en El Polaco y dos gruesas lágrimas surcaron sus mejillas y cayeron al suelo dibujando un círculo impreciso. El agua se derramó de sus ojos hasta dejarlos secos y Emi se puso en pie con la certeza de que a nadie en el mundo podría amar con esa intensidad que pertenecía a El Polaco en exclusiva.

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