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Un blog de relatos eróticos y cocina con solera. Los relatos narran las aventuras de cuatro mujeres divorciadas y sus conversaciones sobre sexo y hombres. Las recetas se elaboran siguiendo viejos cuadernos de cocina, escritos a principios del siglo XX


martes, 4 de diciembre de 2012

TURBADA POR UN LIGUE IMPREVISTO

...Sintió que su pulso se aceleraba y escuchó a su corazón latir con fuerza...
   Aquella mañana fría y gris del invierno madrileño, víspera de la Cabalgata de Reyes, Wynie Smith dejó a su hijo en casa con unos amigos y se fue a hacer la compra al supermercado vecino a su domicilio. Vestía unos sencillos pantalones tejanos y un jersey blanco de cuello vuelto. Había poca gente y decidió esperar su turno en el puesto de pescado fresco. Mientras examinaba las doradas cuidadosamente expuestas, se dio cuenta de que un apuesto joven la examinaba a ella. Miró de reojo y se topó con unos ojos casi transparentes y unos labios sensuales que la obsequiaban con su provocadora sonrisa. No le dio mayor importancia, compró el pescado y se encaminó a la estantería de los lácteos. Se agachó para coger unas cajas de leche y sintió el contacto de una mano en su hombro derecho. Giró la cabeza y se topó con el rostro sonriente del joven.
    -¡Hola!, exclamó él. ¿Estás bien?
    -Sí, claro. ¿Y tú?, le contestó.
    -Sí, estoy bien. Pero estaría mejor a solas contigo.
    -¡No me digas!
   -Sí. Te lo digo porque lo siento. Eres la mujer más hermosa que pisa este supermercado.
    -¡Venga ya!
   -Puedo decirte con toda sinceridad que e he visto varias veces aquí y siempre me fijo en ti. ¿No te habías dado cuenta?
    -No. Vengo a hacer la compra, no a ligar.
    -Yo también, pero me cruzo contigo y solo puedo pensar en besarte.
   -¿En serio? ¿No te parece que eres demasiado joven para mi?, le preguntó ella en tono sarcástico.
    -Se que eres mayor que yo, por supuesto. No me importa. ¿A ti sí?
    -No, supongo que no.
     Al oír estas palabras, el joven se lanzó a la carga.
    -Acompáñame a mi casa. Ahora no hay nadie y me encantaría estar a solas contigo.
    -Vas muy rápido, ¿no te parece?
    -No. Quiero estar contigo. ¿Por qué tengo que esperar?
    -Porque yo no me voy a casa de un cualquiera que acabo de conocer.
   -¿Crees que yo soy un cualquiera? ¿Es que ves por ahí a muchos tipos como yo? ¿Tú me has mirado bien?, le preguntó al tiempo que su gesto denotaba la confianza de quien se siente dotado de un físico espectacular.
    -De acuerdo. Eres muy guapo, sí. ¿Y qué? ¿Crees que vas a conquistarme solo por eso?
   El joven acarició el rostro de Wynie, se agachó y besó las comisuras de sus labios. Acercó su boca al oído de ella y, en un tono casi imperceptible, le dijo “te deseo”. Sonrojada y nerviosa, empezó a coger yogures de varias clases y a meterlos en la cesta de la compra. Seguidamente, sin mirarlo ni pronunciar palabra alguna, se dirigió a la zona de embutidos. Su admirador la siguió.
    -Sé que te gusto y voy a seguirte, a no ser que me pidas que me vaya.
    Ella siguió callada. Parecía haber enmudecido. Terminó de hacer la compra y se colocó en la fila de una de las cajas. El muchacho seguía a su lado y no compró nada. Mientras Wynie pagaba los artículos adquiridos, él se alejó unos pasos, cogió una bolsa de naranjas y una barra de pan y volvió a su lado. Salieron a la calle. Insistía en que lo acompañara a su casa pero, al comprobar que Wynie reiteraba su negativa, le pidió el número de teléfono. Ella se quedó mirándolo. El rostro anguloso, los ojos tan claros que parecían transparentes, la nariz grande y bonita y aquellos labios rojos y sugerentes la turbaron. “Una oportunidad así no se presenta todos los días”, pensó mientras recitaba el número de un tirón. Tras cerciorarse de que lo había tomado bien, el muchacho soltó el pan y la bolsa de naranjas en el delantero de un coche aparcado junto a ellos y la abrazó. Wynie sintió cómo su pulso se aceleraba y escuchó a su corazón latir con fuerza. Entonces vio al muchacho convertido en hombre y tuvo claro que algún día iba a dejar que la hiciera suya. Tembló, le guiñó el ojo derecho y apresuró el paso calle abajo, arrastrando la cesta de la compra, en dirección a su casa. Sintió su voz llamándola pero no volvió la cara. Aligeró su caminar. No quería pensar en él y se concentró en el ruido de las ruedas de la cesta de la compra rozando el asfalto.

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