...Encuentros envueltos en deseo y fuego...
Emi Abbott acaba de pasar
tres tórridas noches junto a El Polaco, a quien no veía desde el
pasado verano PASIÓN ANIMAL. Su amante llegó a Madrid un jueves
para participar en una exposición-feria de tapices de los siglos
XVIII y XIX y regresó a Varsovia el domingo. No la avisó con la
necesaria antelación, y Emi tuvo la mala suerte de que ese fin de
semana le tocara trabajar y no pudiera delegar en nadie de su
reducido equipo las tareas pendientes. Dicha circunstancia provocó
que apenas pudiera dormir en todo el fin de semana, puesto que pasó
los días trabajando y las noches amando con la pasión inusitada que
caracterizaba unos encuentros envueltos de deseo y fuego.
La noche de la primera
cita se presentó en el hotel con un BIZCOCHO DE LIMÓN 4,3,2,1 que
había preparado con mimo para la ocasión -sabedora de que a él le
encantaba- además de unos bombones de fino chocolate suizo que
compró en su pastelería preferida. Los citados dulces constituyeron
la única cena de la pareja, y los saborearon acompañados de una
botella de champán que El Polaco solicitó al servicio de
habitaciones del hotel.
Emi vistió la intimidad
de su cuerpo con un exclusivo conjunto de lencería roja de encaje
-el preferido de su amante- que él retiró de su piel después de
rociarlo con las gotas doradas de la espumosa bebida y de regalar a
sus pechos las caricias fogosas de su lengua experta. Tal como había ocurrido
en citas anteriores, volvió a comprobar que estaba en los brazos
del mejor amante de su vida. Una vida que se le antojaba corta
en comparación con los 61 años de existencia de su hombre.
Se amaron hasta quedar
extenuados en las noches del jueves y del viernes. El sábado, Emi pidió a su madre que se quedara con sus hijas para disfrutar junto a
su amante de una comida en un restaurante de moda del centro de la
ciudad. La velada se prolongó durante dos horas y se trató del
único tiempo de esta última estancia de El Polaco en Madrid en que
lo vio vestido. Cada noche que llegaba al hotel después de trabajar,
su hombre la recibía desnudo en su habitación. La obsequiaba con el
intenso deseo que brotaba de cada uno de los poros de su piel, la
mantenía achuchada entre sus brazos y atravesaba su interior con el
fuego que encendía su potente virilidad al alcanzar la erección
completa.
Emi alcanzó la plenitud
en la felicidad extrema que le producían esos momentos de
inigualable intimidad y a su lado comprendió que la hacía vibrar de
una forma especial e intensa, proporcionándole sensaciones jamás
sentidas con hombre alguno. Pero el amor se presenta a menudo con dos
caras, la dulce y la amarga, y la miel se transformó en hiel antes
de que la ansiada visita tocara a su fin.
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