.

.
Un blog de relatos eróticos y cocina con solera. Los relatos narran las aventuras de cuatro mujeres divorciadas y sus conversaciones sobre sexo y hombres. Las recetas se elaboran siguiendo viejos cuadernos de cocina, escritos a principios del siglo XX


martes, 4 de diciembre de 2012

PASIÓN ANIMAL

 ...Le pedía que le clavara las uñas en su espalda, hasta dejar incrustadas las señales de una pasión que se encendía con el deseo...
     Al tercer día de la estancia de su amante en Madrid, transcurridos entre la cama y la cocina del apartamento de su amiga Wynie Smith, Emi Abbott salió del refugio junto a El Polaco con la única intención de aprovisionarse de los alimentos necesarios para disfrutar sin distorsiones de los cuatro días de dicha compartida que les quedaban.
    En el corto trayecto al supermercado, la mirada masculina ávida de deseo se posaba en cada una de las curvas y los pliegues del cuerpo femenino, adornado con un sugerente vestido de seda. Emi sentía en su piel el calor de los ojos de su amante, cual rayos de sol que hacían brotar tímidas gotas de sudor en su frente. El Polaco le susurraba al oído piropos llenos de erotismo y Emi notaba que sus profundidades más íntimas empezaban a humedecerse.
    Ya en el interior del establecimiento, mientras Emi andaba entretenida con el examen de los diferentes tipos de quesos, El Polaco introdujo su mano en el ancho y generoso escote del vestido y achuchó entre dos de sus largos dedos el pezón derecho. Ella lanzó un alarido mezcla de sorpresivo y placentero, provocando que las miradas del resto de la clientela se volvieran hacia la pareja.
    Lejos de molestarle, Emi sintió una simpatía infinita hacia el gesto espontáneo de su amado, al tiempo que la timidez propia de quien se siente observado la impulsó a refugiarse en su pecho. El Polaco la abrazó y acarició sus cabellos, firme su figura delgada y alta y su rostro de extranjero inquiriendo a los curiosos con gesto de ¿qué miráis?
    Emi consideraba a El Polaco un animal sexual. Era de los tipos que, aún teniendo a su lado a la mujer amada, era incapaz de pasear por la calle sin que sus ojos se tornaran ávidos ante la belleza de otro cuerpo femenino. Ella lo notaba y, aunque llegara a incomodarla en alguna ocasión, no le daba importancia porque sabía que se trataba de un instinto irrefrenable que superaba al raciocinio. Sin embargo, eran las miradas que su hombre dedicaba a otras mujeres el motivo por el que no le importaba pasar las horas encerrada junto a él: así no veía a nadie ni tenía ocasión de desear un cuerpo distinto al suyo.
    Era la primera vez que salían de su refugio en esta última visita, y Emi comprobó halagada que su amante solo había tenido ojos para ella. Ni siquiera se inmutó ante los pechos voluminosos y las curvas moldeadas de un grupo de jóvenes latinoamericanas que aguardaba justo delante de ellos el turno para pagar las compras.
    Al salir del supermercado, El Polaco, como si hubiera adivinado sus pensamientos, pellizcó los muslos de Emi al tiempo que sus labios le acariciaban el oído con las palabras “nadie es comparable a ti”. La temperatura de ambos aumentaba conforme se acercaban al apartamento. Casi sin dejarle tiempo de que sacara la llave de la cerradura tras abrir la puerta, El Polaco dejó caer las bolsas de la compra en el suelo y se abalanzó, presa del deseo, al cuello de Emi. Dejando cual vampiro inocente las huellas suaves de dientes que querían amar sin molestar y de dedos que se hundían con avidez en las curvas ardientes, El Polaco la amaba con la fiereza de un animal en celo y, cuando las paredes de la casa vibraban con los gemidos de ella, le pedía que le clavara las uñas en su espalda, más y con más fuerza, hasta dejar incrustadas las señales de una pasión que se encendía con el deseo y se apagaba con la distancia.
    En los días siguientes, hasta que el vuelo Madrid-Varsovia puso fin a tantas horas de sexo ardiente, Emi sintió en su interior el vigor de un falo que parecía agrandarse en cada movimiento y el placer de los músculos propios que se estremecían para acogerlo. El tiempo transcurrió en una comunión de cuerpos que vibraban al sentir la fuerza de su unión efímera y fiera, de bocas que mordían labios deseosos, de brazos sobre los que descansaban músculos extenuados de amar...
    El Polaco llegó al aeropuerto con el labio inferior hinchado en su extremo derecho y un moratón bien visible en su cuello. Los signos externos de la pasión animal que lo había tenido apresado durante una intensa semana en un apartamento del centro de Madrid.

No hay comentarios:

Publicar un comentario