Aquella mañana fría y gris del invierno madrileño, víspera de la
Cabalgata de Reyes, Wynie Smith dejó a su hijo en casa con unos
amigos y se fue a hacer la compra al supermercado vecino a su domicilio. Vestía unos
sencillos pantalones tejanos y un jersey blanco de cuello vuelto.
Había poca gente y decidió esperar su turno en el puesto de pescado
fresco. Mientras examinaba las doradas cuidadosamente expuestas, se
dio cuenta de que un apuesto joven la examinaba a ella. Miró de
reojo y se topó con unos ojos casi transparentes y unos labios
sensuales que la obsequiaban con su provocadora sonrisa. No le dio
mayor importancia, compró el pescado y se encaminó a la estantería
de los lácteos. Se agachó para coger unas cajas de leche y sintió
el contacto de una mano en su hombro derecho. Giró la cabeza y se
topó con el rostro sonriente del joven.
-¡Hola!,
exclamó él. ¿Estás bien?
-Sí,
claro. ¿Y tú?, le contestó.
-Sí,
estoy bien. Pero estaría mejor a solas contigo.
-¡No
me digas!
-Sí.
Te lo digo porque lo siento. Eres la mujer más hermosa que pisa este
supermercado.
-¡Venga
ya!
-Puedo decirte con toda sinceridad que e he visto varias veces aquí y siempre me fijo en ti. ¿No
te habías dado cuenta?
-No.
Vengo a hacer la compra, no a ligar.
-Yo
también, pero me cruzo contigo y solo puedo pensar en besarte.
-¿En
serio? ¿No te parece que eres demasiado joven para mi?, le preguntó
ella en tono sarcástico.
-Se
que eres mayor que yo, por supuesto. No me importa. ¿A ti sí?
-No,
supongo que no.
Al oír
estas palabras, el joven se lanzó a la carga.
-Acompáñame
a mi casa. Ahora no hay nadie y me encantaría estar a solas contigo.
-Vas
muy rápido, ¿no te parece?
-No.
Quiero estar contigo. ¿Por qué tengo que esperar?
-Porque
yo no me voy a casa de un cualquiera que acabo de conocer.
-¿Crees
que yo soy un cualquiera? ¿Es que ves por ahí a muchos tipos como
yo? ¿Tú me has mirado bien?, le preguntó al tiempo que su gesto
denotaba la confianza de quien se siente dotado de un físico
espectacular.
-De
acuerdo. Eres muy guapo, sí. ¿Y qué? ¿Crees que vas a
conquistarme solo por eso?
El
joven acarició el rostro de Wynie, se agachó y besó las comisuras
de sus labios. Acercó su boca al oído de ella y, en un tono casi
imperceptible, le dijo “te deseo”. Sonrojada y nerviosa, empezó
a coger yogures de varias clases y a meterlos en la cesta de la
compra. Seguidamente, sin mirarlo ni pronunciar palabra alguna, se
dirigió a la zona de embutidos. Su admirador la siguió.
-Sé que te gusto y voy a seguirte, a no ser que me pidas que me
vaya.
Ella siguió callada. Parecía haber enmudecido. Terminó de hacer la
compra y se colocó en la fila de una de las cajas. El muchacho
seguía a su lado y no compró nada. Mientras Wynie pagaba los
artículos adquiridos, él se alejó unos pasos, cogió una bolsa de
naranjas y una barra de pan y volvió a su lado. Salieron a la calle.
Insistía en que lo acompañara a su casa pero, al comprobar que
Wynie reiteraba su negativa, le pidió el número de teléfono. Ella se quedó mirándolo. El rostro anguloso, los ojos tan claros
que parecían transparentes, la nariz grande y bonita y aquellos
labios rojos y sugerentes la turbaron. “Una oportunidad así no se
presenta todos los días”, pensó mientras recitaba el número de
un tirón. Tras cerciorarse de que lo había tomado bien, el muchacho
soltó el pan y la bolsa de naranjas en el delantero de un coche
aparcado junto a ellos y la abrazó. Wynie sintió cómo su pulso se
aceleraba y escuchó a su corazón latir con fuerza. Entonces vio al
muchacho convertido en hombre y tuvo claro que algún día iba a
dejar que la hiciera suya. Tembló, le guiñó el ojo derecho y
apresuró el paso calle abajo, arrastrando la cesta de la compra, en
dirección a su casa. Sintió su voz llamándola pero no volvió la
cara. Aligeró su caminar. No quería pensar en él y se concentró
en el ruido de las ruedas de la cesta de la compra rozando el
asfalto.
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