...Le lamió la cara como si se tratara de un animal con su cría...
Emi Abbott tiene un amor platónico
desde hace mucho tiempo. En sus sueños, pensamientos y fantasías,
él es El Principito y ella, la rosa de su planeta. Lo conoció antes
que a El Polaco y, según suele decir, se trata del hombre que le
despertó su instinto sexual. Ocurrió una de las primeras veces que
lo vio. Estaban bailando en una discoteca de moda y él,
repentinamente, la abrazó y le lamió la cara como si se tratara de
un animal con su cría. La soltó en silencio nada más culminar su
primitivo acercamiento, y Emi salió corriendo a buscar a su amiga
Wynie Smith para revelarle el acontecimiento. Esta, mujer racional,
de ideas claras y pies en la tierra, estaba en esos momentos ocupada
en otros menesteres y apenas le prestó atención al asunto.
-¿Que te ha lamido la cara ese tonto?
¿Y por eso estás contenta? ¡Qué asco!, se limitó a exclamar con
un gesto que ilustraba sus palabras.
-Me ha despertado el instinto sexual,
le contestó Emi como si le estuviera dando una primicia informativa
mundial. Pretendía que su amiga dejara de coquetear con unos y otros
y la escuchara.
-¿Ahora?, inquirió Wynie con gesto
despectivo.
Emi no le contestó. Salió corriendo
en dirección a la pista de baile -donde aún permanecía El
Principito- y se colocó a su lado. Ni le habló ni la miró.
Indiferencia total. “Timidez”, quiso pensar ella. Siguió en el
mismo lugar, casi rozándolo, mirándolo, y él también continuó
sin inmutarse, como si la mujer a la que acababa de lamer el rostro
no estuviera allí...
Nada más sucedió entre ellos aquella
noche. El Principito se marchó con un amigo y un lacónico “hasta
la próxima”. Y Emi, su cuerpo arrastrado por la música y su mente
por el delirio, empezó a fraguar la historia de un gran amor. Un
amor que solo existía en su imaginación. Un auténtico amor
platónico.
El Principito trabajaba como relaciones
públicas en un local próximo a la discoteca donde sucedió el
acontecimiento relatado. Alto, delgado, pelo rizado y rubio,
pequeños ojos azules, frente estrecha y nariz prominente. Emi decía
de él que era guapísimo. O, al menos, así lo veía ella o lo había
construido en su mente. Desde que lo conoció pasaba muchas horas del
día envuelta en él: pensando en él, soñando con él, imaginando
fantasías a su lado e, incluso, hablando de él. Tanto, que llegó a
cansar a sus amigas. Además de la conversación monotemática, Wynie
y Katty pensaban que El Principito era un individuo vulgar y sin
ningún atractivo físico. “Es tonto sin remisión”, decía
Katty. Seguro: frente pequeña, inteligencia ídem”, corroboraba
Wynie. La única que lo soportaba un poco era Olivia. “Es un
muchacho simpático, no sé por qué le tenéis tanta manía”,
indicaba.
Lo cierto es que Emi ya había
empezado a montar los cimientos del castillo -o mejor dicho- del
planeta que estaba construyendo para él en el otro mundo,. Un mundo
imaginario a los ojos de todos, pero tan evidente y auténtico para
ella que empezó a vivir más tiempo en éste que en el real,
dándole, de hecho, apariencia de realidad. Pasaron los días y los
meses. Emi continuó inmersa en su papel de rosa del planeta de su
Principito y viviendo un amor que solo existía en sus pensamientos.
Cuando menos se lo esperaba, el destino le puso a El Polaco enfrente
y junto a él vivió un amor real, intenso y carnal. EL DESPERTAR SEXUAL DE EMI ABBOTT. No obstante, El
Principito estaba allí, seguía incrustado en un lugar recóndito
de su ser y a veces aparecía en sus conversaciones... Y justo en
esos instantes su amiga Wynie soltaba una frase que llegó a hacerse
mítica en el grupo: “El Principito existe, pese a El Polaco y su
vaso de cubata...”
El
paso del tiempo ha revestido la frase con categoría de certera. De
hecho, Emi
sostiene
que el amor
platónico es,
por definición, indefinido, y El
Principito sigue
campando a sus anchas por el
planeta que ha
creado para él. Entre ellos se han sucedido los encuentros
reales,
sin que ninguno haya servido para quitarle el calificativo de
platónico
al
amor que Emi
continúa sintiendo, pero
eso
os lo contaré en otra entrada...
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