...La agarró con fuerza por ambos brazos, la estrechó contra su pecho y la besó con una pasión
inusitada...
Wynie volvió a ver a Ése mucho antes de lo que hubiera imaginado. No hubo llamadas ni mensajes. Solo un
encuentro en El Maligno que no fue tan casual como ella creía. Justo dos semanas después de conocerlo llegó con sus amigas al citado club y lo vio nada más entrar, apostado al lado de la puerta,
como si estuviera esperándola.
-No pensaba verte tan pronto, le dijo a modo de saludo.
-Yo a ti sí. De hecho, he venido a buscarte, contestó él sonriendo y con la mirada perdida en las esbeltas
piernas femeninas. Estás muy guapa con esa minifalda, la piropeó al oído.
-¿Vas a contarme por qué sabías que iba a venir esta noche? ¿Eres vidente, o quizás un detective que ha
seguido cada uno de mis pasos?
-Ninguna de las dos cosas. Tú misma me dijiste que solo salías una semana de cada dos, porque la otra
estabas con tu hijo.
-Sí, ya, contestó ella, satisfecha de que su amante hubiera recordado aquel hecho en teoría banal y
decidiera actuar en consecuencia. ¿Tú de qué vas?, le espetó en tono descarado. Primero huyes de mi casa como la Cenicienta y luego dices que vienes a buscarme. ¿Pretendes confundirme, o la noche
me confunde?
Ése sonrió sin contestar. La agarró por la cintura y pretendió besarla. Wynie se deshizo de sus brazos y
alejó sus mejillas del rostro masculino con un giro brusco de cabeza.
-Ahora me confundes tú a mi. Creía que te gustaban mis besos.
-Tanto como a ti los míos. Pero si quieres volver a probarlos, tendrás que explicarme por qué me dejaste
plantada.
-Perdóname. Lo siento, se disculpó el hombre.
-No me da la gana. No creo en el perdón y, mucho menos, para practicarlo con un tipo que me dejó plantada.
Si no me lo aclaras, adiós. Me voy con mis amigas. Te veo falto de inteligencia emocional, querido follador, le soltó al tiempo que lo provocaba con una mirada lasciva y la punta de la lengua
paseándose por sus labios pintados de rojo fuego.
-Ven aquí. Quédate conmigo, le contestó él mientras agarraba su brazo y la llevaba en dirección a los baños.
Ahora te lo cuento todo, de verdad.
-Empieza, le ordenó ella parándose en seco e intentando que la soltara.
-Me esperaban en casa. Mi esposa y mi hija, aclaró, y Wynie sintió que una catarata de ladrillos se
desplomaba sobre su cabeza. Le lanzó una mirada de “eres lo peor”y volvió la espalda con la intención de encaminarse al salón. Ése lo impidió. La agarró con fuerza por ambos
brazos, la estrechó contra su pecho y la besó con una pasión inusitada. Ella no supo, ni pudo ni quiso negarse. Se entregó sumisa a aquellos besos ardientes. Al unísono, una
colonia de mariposas surcaba su estómago y se humedecían sus labios interiores... Se dejó arrastrar por aquel beso interminable ajena al numeroso público que contemplaba la escena y al
mundo entero que dejó de existir en esos momentos. El tiempo se estiró como un chicle y los abalanzó hasta la puerta de salida, prolongó la unión de sus labios por varias calles del centro de la
ciudad e inundó de deseo cada rincón de la casa de Wynie. La razón abandonó su mente y entregó su cuerpo al placer de las manos masculinas que lo surcaban, al fuego del
miembro erecto que se introducía en las viscosidades de su interior abierto en canal y a los latidos de corazones excitados que rompían el silencio de la noche.
Se amaron con fuerza y sin palabras, y el día sorprendió sus cuerpos sudorosos y pegados. Un reloj situado sobre la mesilla de noche rompió el encantamiento. Ése lo miró y la realidad se
convirtió en agua helada derramándose por toda la extensión anatómica de Wynie. Un escalofrío recorrió su ser y expulsó cuatro letras de sus labios. “Vete”.
-¿Por qué quieres que me vaya? ¿Me estás echando?
-No. Eres tú quien ha mirado la hora. Me has recordado que otra te está esperando y no lo
soporto. El hombre que me ame, mientras esté a mi lado, tiene que entregarse al cien por cien.
-Yo me entrego. Ven aquí. Déjame amarte otra vez.
Y Wynie, la racional, la cerebral, la que enseñaba a sus amigas a doblegar los impulsos del corazón,
no fue capaz de aplicarse su propia medicina y se dejó llevar por el precipicio de pasiones al que Ése la arrastró. Porque la razón se tornaba polvo cuando lo sentía
dentro de su cuerpo y el paraíso se mostraba ante sus sentidos en su inmensidad más intensa...
RoCastrillo
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