Olivia y Wynie, pletóricas triunfadoras...
Las protagonistas de
ABREMELOYA!!! se encaminaron a El Maligno una vez finalizada la reunión festiva de presentación en sociedad de este blog. La única que desistió y se marchó a dormir después del evento fue Katty Lloyd, todavía
apesadumbrada por la ausencia definitiva de su añorado amante belga...
Nada más llegar, Olivia N. y Emi Abbott se dirigieron a
la barra a pedir unas copas. Wynie Smith, por su parte, se adentró en las profundidades del local y, justo al entrar en el salón, comprobó que un tipo rubio y guapo le dedicó un par de
guiños enfebrecidos desde el sofá situado enfrente de la pista de baile, donde estaba sentado con un par de amigos. Ella simuló que no se había enterado de nada y continuó
balanceando su cuerpo con movimientos sugerentes al ritmo de la música. De vez en cuando, con el rabillo del ojo, lanzaba miradas furtivas al grupo del rubio. Se percató entonces
de que uno de sus amigos, también con pelo claro y vestido a la última, era un tipo relacionado con el mundo de la música al que ya conocían, y que le gustaba a su amiga
Olivia. Así que decidió avisarla y abandonó rauda el baile, las miradas y el salón.
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Short auténtico vintage que lució Wynie para la ocasión. Derecha, Olivia vestida de
moni-lachispaadecuada.
Olivia se volvió loca de contenta al
conocer la noticia. De hecho, había escuchado el rumor de que el elegante en cuestión iba a convertirse en socio de su ex marido y que ambos se disponían a inaugurar, en
breve, la sala de conciertos más grande de la ciudad. Dejó a Emi en la barra coqueteando con un par de tipos, cogió a Wynie del brazo y ambas volvieron, con
amplias sonrisas dibujadas en sus semblantes, al interior del salón. Y sucedió justo lo que Olivia estaba pensando: nada más verla, el elegante se levantó del
sofá y la agasajó con un fuerte abrazo. El rubio, emulando a su colega, abandonó también el asiento, se plantó al lado de Wynie y le propuso que se sentaran
juntos.
Después de dedicar unos minutos a intercambiar algunas
pinceladas sobre sus vidas respectivas, el elegante confesó a Olivia que una fantasía había inundado su mente nada más verla: quería
empotrarla -eso y más cosas, precisó- en la esquina del baño grande. El tipo le gustaba mucho, aunque su propuesta la dejó muy sorprendida porque sabía que tenía novia. No
obstante, una mujerona de su calibre no estaba para dar puntadas sin hilo. Por tanto, no dudó en cerciorarse de que el rumor sobre la sala de conciertos junto a su ex
marido era cierto antes de adentrarse con El Elegante en el pasillo que conducía a los baños. Pensar en un affaire
con el nuevo socio de su ex la ponía aún más cachonda de lo que ya estaba.
En la barra, mientras tanto, el rubio trataba
de seducir a Wynie con una ristra de halagos encadenados, ignorante de que su estrategia no sería decisiva para conquistarla puesto que ella ya había decidido que sí, que
terminaría la noche en sus brazos. No en vano se consideraba un espíritu libre y la única condición que exigía a un hombre para encamarse con él era que le
gustara físicamente. El rubio, por esta razón, apenas necesitó esforzarse. Contaba, además, con la ventaja de ser diez años menor, dato que -tratándose de Wynie- añadía valor a
la conquista. Al tiempo que se congratulaban mutuamente de haberse conocido, Olivia se parapetaba, de espaldas, contra una de las esquinas del baño grande y se preparaba
para sentir las embestidas de El Elegante. Los músculos de su vagina se contraían acompasados a los alaridos del hombre, y ella unía al placer del sexo la
satisfacción que le proporcionaba llevarse al huerto al flamante socio de su ex. Su cuerpo vibraba al imaginarse en la nueva sala de conciertos coqueteando con el elegante, la mirada
pérfida y fría de su ex clavada en su anatomía y cada célula de su cuerpo regodeándose y martirizándolo de forma inusitada con el cuchillo de la indiferencia. Tras aquel coito
pletórico de deseo ardiente y adornado con otras cosas, decidieron tomar una
copa más y continuar escalando las cumbres de la pasión en la intimidad del cercano apartamento donde vivía Olivia.
Envuelta en una tenue neblina y bajo el amanecer gris de la
ciudad, Emi tomaba un taxi hacia su casa lamentando que, una noche más, se había sentido incapaz de amar a un hombre distinto a El Polaco. Y Wynie, abrazada al
joven rubio en la ancha cama de su vivienda, vislumbraba un halo de frustración asomándose al firmamento estrellado que su acompañante se esforzaba en ofrecerle. Ni Olivia ni
ella sabían entonces que el largo puente festivo guardaba todavía más sorpresas con las que obsequiarlas...
RoCastrillo
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