Eran más de las 8 de la mañana, razón por la que Emi decidió telefonear a su hija para avisarla de que llegaba acompañada por un
desconocido: El Montañero, sin otro motivo que el IMPETUOSO DESEO de ser acariciada que brotaba de cada uno de los poros de su piel.
El taxi alcanzó su destino, aparcó y El Montañero pagó mientras Emi
rebuscaba las llaves en el fondo de su enorme bolso, lleno
habitualmente de fruslerías. Se bajaron, ella abrió la puerta del
edificio y señaló hacia el ascensor con un gesto. Accedieron a su
interior, Emi pulsó el botón del séptimo piso y él la
atrajo hacia sí de forma súbita. La subió a sus caderas, sujetándole
el trasero con ambas manos y situando la boca en el canal de los
pechos. Ella se desabrochó la camisa, levantó el sostén y
dejó al aire sus pequeñas y prominentes protuberancias. Y aquel
hombre moreno de dura musculatura, entre indio y gitano, mordisqueaba
los montículos y lamía sus cumbres. Los gemidos femeninos
silenciaban el sonido de la máquina elevándose.
Al pararse en la séptima planta, justo frente a la puerta del amplio piso donde Emi reside junto a sus dos hijas adolescentes,
El Montañero la empotró entre las paredes del estrecho
ascensor y la besaba con ardor al tiempo que hincaba con fuerza en su
pubis el esplendor de su virilidad enhiesta. Ella se
estremecía de placer solo con pensar en la fogosa aventura que ya
empezaba a disfrutar.
Abrió la puerta de la vivienda y entraron con sigilo. Al llegar al
salón, el hombre se detuvo para decirle: “¡qué vistas más
bonitas!”. Le
hizo gracia el comentario. El amanecer entraba a raudales por la
cristalera de la estancia. De allí se fueron a la cama. Cuando él se
estaba
desnudando, su compañera ya se había refugiado bajo el edredón del
lecho.
-¿Me lo quito todo?, dijo El Montañero.
-Lo que tú quieras, le contestó Emi.
La
visión del falo brillante y oscuro le despertó un deseo que toda mujer
ha experimentado alguna vez: el de sentir un instrumento de
semejante calibre penetrando su boca hasta las profundidades más
hondas. Desde los tiempos del DESPERTAR SEXUAL DE EMI ABBOTT estaba acostumbrada a hacer inmensamente feliz a El Polaco
con la práctica de la felación. Dotada de una garganta adiestrada para
tales proezas, tuvo
claras sus ganas de provocar un gozo similar en aquel moreno
agitanado de ojos verdes que la había acompañado durante gran parte de
la noche.
Sin
embargo, no le resultó posible: no supo relajarse ni concentrarse para
conseguir que sus músculos dejaran paso a tamaño invitado. A su
propietario no pareció molestarle el tropiezo. Agarró a Emi, se tumbó en la ancha cama, la colocó sobre su cuerpo y la achuchó contra su pecho. La besó en los labios y pellizcó sus
mejillas al tiempo que pronunciaba estas palabras: yo sí voy a darte lo que tú quieres, todo será para ti.
En
esa postura, ella sobre él, la penetró hasta hacerla cabalgar cual
amazona pletórica, calmando el vehemente deseo que los había arrastrado
hasta allí. Emi gozó en silencio para que no la oyeran sus
hijas. Como amplificadores, los gritos y gemidos reprimidos en su
garganta multiplicaban las vibraciones de su cuerpo sobre la
poderosa herramienta que no perdía su vigor.
Las horas pasadas podrían contar la historia del árbol que se hundía en
la tierra húmeda y salía de ella hasta hacerla florecer como una
radiante primavera. La lluvia cayó sobre el prado y el sol
desapareció tras un tierno beso de despedida...
Cuando Emi salió de la habitación, un rato después de que su amante se marchara, la menor de sus hijas la esperaba en el salón.
-¿Qué tal con tu amigo, mamá? ¿Cuándo lo has conocido? ¿Volverás a
verlo? ¿A qué se dedica?, preguntaba incesante la joven con gesto
sonriente y tono entre sorprendido y atolondrado.
-Muy bien. Es montañero y así lo llamo. Lo he conocido esta noche y no sé si volveré a verlo. ¿Algo más?, inquirió Emi con una
sonrisa pícara.
-No. bueno, sí. Ese chico es quechua. Por tanto, su nombre debería ser El Quechua, ¿no crees?
-¿Por qué lo dices?
-Porque lo ponía en su sudadera, me he fijado bien cuando salió. Y además, tiene cara de eso, de quechua, ¿o no?
-Así es. El Quechua, repitió Emi varias veces mientras se dirigía a la cocina.
En los días sucesivos, tal como solía hacer con los amantes que le dejaban huella, Emi lo buscó en la calle y en los
bares, en el mundo real y en el universo digital...
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